lunes, 9 de septiembre de 2013

Más duro que la realidad




Las reuniones de directorio en Pentágono S.A. no tienen nada de cinematográfico: no son reuniones en el último piso de un rascacielos donde un montón de cincuentones trajeados mantienen un juego de ironías y secretos enconos, con una tropa de asistentes y sueldos millonarios. Con diferentes gráficos que muestran intrincadas estadísticas y proyecciones. No, las reuniones son en una oficina modesta, con una mesa grande y linda, pero a la postre de aglomerado con buena terminación. Los cinco tipos que se reúnen se sirven café de un termo automático antes de sentarse.
Son el dueño, el hijo, y los tres máximos gerentes. Ellos manejan todo lo que pasa en la empresa. El hijo desentona con la chomba, la juventud y las ideas. Ser el heredero de una fábrica de puertas le da una comodidad que lo persuade de hacer lo que en realidad quisiera, aunque no tenga la menor idea de qué es eso que quiere.
El dueño y los tres gerentes, que se juntan cada uno o dos meses para ver el rumbo general de las cosas, se hacen siempre los mismos chistes pelotudos, piensa el hijo, que forma parte de las reuniones desde hará unos cuatro o cinco años. Acá, a diferencia de las películas, entre los miembros del directorio no hay grandes luchas de poder: son tres conformistas que ganan bastante bien, tres selfmade-mans medio-pelo que viven de vender puertas.
Vallejos, el encargado de marketing, le da play desde su laptop al video de la nueva campaña de promoción: una familia es protegida de una realidad inverosímil por una Puerta Pentágono. El dueño y los otros dos gerentes felicitan a Vallejos, muy buena, piensan sinceramente.
Al hijo le parece repulsiva, discriminatoria, de mal gusto.
Sabiendo que los otros no le van a dar pelota, calla. Él no dice nada, y los otros lo ignoran. Él piensa: detrás de las puertas de las casas no hay un velocista semizombie que se golpea contra la puerta sin un atisbo de autoconservación ya no humana, sino animal. Detrás de las puertas de la casa está la vida: los amores y los odios, las alegrías y las tristezas, lo bueno y lo malo, todo. Se apodera de él una angustia que le pone vidriosos los ojos. Toma coraje:
- ¿Así testeamos las puertas en esta fábrica?
- ¿Cómo nene? - El nene del padre es cariñoso, no llega a entender lo que el hijo le está queriendo significar.
- Digo... si testeamos la puerta estrellando seres humanos. Porque aunque para ustedes los morochos gordos y chivados sean seres humanos de segunda, por lo menos me tienen que admitir que son seres humanos.
El padre quedó tieso: nunca jamas le había hecho un planteo como ese.
- Ehmmm... no, es una publicidad - dice tímidamente Vallejos.
- ¡Ya sé que es una publicidad! ¡Pero es una mierda, tiene un mensaje terrible!
- Pero nadie va a pensar que estrellamos gente contra las puertas, no funcionan así las cosas - Vallejos no se hace el tonto, está tan sorprendido que realmente cree que el hijo piensa que lo que quieren transmitir es eso.
No sabía cómo poner en palabras todo el asco que sentía. Quizás, así como el pizzero debe sentir asco de comer una fugazzeta aceitosa, él, que mamó la industria de las puertas desde chico, soñaba con un mundo sin ellas. Con la gente transitando libre y feliz, sin la molestia de las puertas. Era tal su delirio, que sentía que las puertas eran el gran problema de la sociedad.
El padre, buscando poner paños fríos a la situación, dijo:
- Es un poco fuerte, sí, pero acá vendemos puertas, que se le va a hacer....
Con todas sus seguridades, siendo el único heredero de una empresa exitosa. Siendo joven y, si le preguntaban, podía decir que bastante feliz, se dio cuenta que todo aquello lo llenaba de asco.
Parecía que al final, la realidad es más dura que cualquier puerta.

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