martes, 31 de julio de 2012

Gero


Gero llega, lo trae el micro escolar de la escuela privada a su casa de dos pisos. Bien ubicada, en un barrio cajetilla del norte del conurbano bonaerense. La madre le abre la puerta cuando siente la bocina del micro, y él le pasa por al lado, como si no existiese. Ella ya está acostumbrada, no sabe qué hacer.
Sube a su pieza. Tira la mochila y se deshace de las zapatillas y las medias, las deja por cualquier lado. Se queda con la ropa de la escuela. No le molesta estar descalzo, el piso de parquet es cálido, en la casa nunca se pasa frío.
- ¿Ya llegaste Gero? - Le pregunta el locutor invisible que vive en su habitación.
- Sí
- ¿Y qué hiciste en la escuela?
- Hicimos un montón de actividades re copa con Pipi y Maqui.
- ¡Qué bueno!
La criada le prepara la merienda y se la lleva a la habitación. Él ni la saluda ni nada. Ella está acostumbrada, siempre fue así. Gero, cuando juega a los jueguitos es como si no estuviera, como si estuviera en otro lado mejor dicho.
En realidad, es como si desapareciera cuando juega a sus juegos o cuando ve alguna de sus películas, o cuando se pone a hablar por teléfono con sus amigos, o por celular, mandando mensajitos.
Solo habla con su locutor invisible. A los padres les parece que debe ser algo normal de la edad.
Telecentro tiene todo para mantener anestesiado a los chicos, para que rompan lo menos posible las pelotas. Y a diferencia de otras compañías, vienen todos estos servicios alienantes en una misma factura.
Telecentro tiene toooodo: internet, cable, telefono. ¿Qué más podrías querer? ¿No Gero?
El locutor invisible de Gero vive haciéndole preguntas ¿No Gero? "Callate, vos no sos copa", le contesta cuando se enoja con él.
¿Qué Gero? ¿Estás aburrido? ¿Cómo puede ser Gero? ¿Con todo lo que tenés? No rompás Gero, a tu edad no tenía ni la cuarta parte de las cosas que vos tenés. ¿Donde metiste el Ipad que te compré la semana pasada?
Esperá que suena el teléfono.
- Hola Papá... Es el abuelo, Gero.
- ¿Como andás? ¿Cómo andan todos? ¿Gero cómo anda?
- Bien... bien todos. Aburrido Gero, con todas las cosas que tiene ¿A vos te parece?
- No lo jodas más al pobre pibe. Vos cuando eras chico tenías la cuarta parte de las cosas, es verdad. Pero rompías las pelotas igual, te quejabas igual, así que no te vengás a hacer el no sé qué.
- ¿Y vos no me decías lo mismo que yo le estoy diciendo a él?
- Sí, y además te metía un buen sopapo para que no jodas. Cosa que voy a hacer ahora si no dejás de molestar al pibe. No me hagás calentar porque voy allá y te fajo.
- Bueno papá.
- Chau, hablamos.
- Chau papá.
El padre colgó, y con la cara apesadumbrada se da vuelta y le dice a Gero:
- Espero que estés contento, ya lo hiciste enojar al abuelo.
Pero el nene ya estaba desconectado mirando alguno de los múltiples canales para chicos.


domingo, 29 de julio de 2012

¿Cómo decirle que no?


Presentación de noticiero: la típica música que nos dice que nos estamos informando, alguna figura que barre la pantalla y vamos a estudios, donde por lo general un hombre y una mujer nos cuentan lo que debemos saber.
- Hoy, Marcos Gordon, detenido por el crimen de su novia, se declaró inocente durante la primera rueda de declaraciones. El sujeto alega haber cometido el crimen bajo una especie de trance, del cual no recuerda nada. Aquí las palabras del abogado defensor...
Salimos de los estudios y nos vamos a la puerta de los tribunales. Día soleado pero bastante frío, los noteros con sobretodo, apiñados alrededor de un tipo con traje, peleándose por hacerle preguntas. Por algún motivo es importante para cada uno de ellos ser el que haga la pregunta, aunque no les interese en lo más mínimo escuchar la respuesta.
Logran de alguna manera ponerse de acuerdo para que sea uno el que haga la primera pregunta, para callarse de una buena vez la boca.
- Mi defendido se encontraba sometido a condiciones infrahumanas. - Ruido denuevo, todos los noteros pegándose casi por preguntar, otros pidiendo silencio, un espectáculo lamentable - Sigo: mediante un químico, que la víctima introducía de manera espuria en golosinas suministradas a mi cliente, se conseguía una especie de sometimiento, de quebranto de la voluntad.
- Doctor, doctor... Acá doctor, canal 4 de Villa Cadorna ¿Cuánto tiempo la mujer, finalmente la víctima, usó este procedimiento con su defendido?
- Tenemos la idea sospecha, basada en las declaraciones de mi cliente, que deberán ser constatadas por los peritos toxicológicos, de que esta práctica llevaba como mínimo medio año. Durante estos meses, mi cliente tenía breves lapsos de control de su voluntad, interrumpidos por la acción de este químico, al cual se volvió absolutamente dependiente.
- ¿Qué efectos provocaba este químico en su defendido, doctor?
- Como ya les mencioné antes, el mismo le doblegaba la voluntad, convirtiéndolo en una persona absolutamente sumisa, en la primera etapa del efecto. Esta etapa era aprovechada por la víctima para su propio beneficio. Con el paso de las horas, el comportamiento se tornaba violento por la dependencia, por la necesidad de las sustancia suministrada.
- Acá doctor, acá, ¿Y hay alguna idea de cómo se produjo el hecho?
- Mi defendido, aparentemente en un ataque de abstinencia, pierde la razón. La víctima, en una condición de inferioridad física, y viéndose sorprendida por un golpe de puño se desmaya, impidiéndole suministrar el químico que calmase a mi cliente. El mismo, lamentablemente fuera de sí, a tal punto que no posee ningún recuerdo sobre el hecho, así como no posee demasiados recuerdos sobre el período que estuvo sometido al químico, comete el crimen del cuál no puedo dar detalles por estar en vigencia el secreto de sumario.
- ¿Y cuáles son los pasos a seguir?
- Por el momento se está buscando estabilizar a mi cliente, lograr cortar con la dependencia, para poder determinar si es o no imputable.
- Doctor, ¿está internado en este momento?
- No, no. Está en la cárcel. Pide chocolate solamente para no ponerse agresivo. ¿Cómo decirle que no?


viernes, 27 de julio de 2012

Gracias Mister Musculo



El sol de la tarde se colaba por las vidrieras e impactaba sobre las mesas de fórmica. Barrio de Almagro. Los mozos bostezaban ya sobre el final de su turno. Pronto llegarían los relevos del turno de la noche.
El fornido musculoso con calza enteriza color naranja ocupó su lugar en la mesa de los tacheros. De vez en cuando se juntaba con ellos, porque es del barrio, y porque los conocía de otros tiempos. Cuando se fue todo al carajo en el 2001 estuvo primero manejando un remís en el oeste del conurbano, y más tarde haciendo el turno noche en un taxi.
- ¿Cómo andás Mister? - Le dijo uno, el más amigo.
- La verdad que cansado. - Contestó, y se dejó caer pesadamente en la silla. Rebufó e hizo un gesto de café a la barra.
- ¿Mucho laburo?
- Sí, muchísimo. Más que nada estoy cansado de tener que atender boludeces... El laburo es laburo y no hay que quejarse, pero tanta boludez satura. Soy un Super Scientist ¿Entendés? Me tuve que pelar bien el orto para que me den ese título.
- Pero esperá hermano. ¿Qué pasó tan grave?
Sus conocidos fueron testigo del sacrificio y del derecho de piso que tuvo que pagar para alcanzar su posición actual.
- Nah, Nah, Increíble lo de hoy. Me invoca una mina. Y ya empezamos mal cuando veo que invita a la amiga para andar presumiéndole la cocina nueva... Bicha la mina. - Y mientras decía bicha se toca el pómulo con el índice y lo tira para abajo, como queriendo decir "ojo, dándome cuenta de lo que pasaba".
- Ajá
- Y la amiga sonriente, dorándole la píldora. Pero me salta al toque la ficha, se ve que son esas típicas amistades que de amistades no tienen un carajo, donde están todo el tiempo haciendo alarde de las cosas materiales que el otro tiene, mientras el odio crece en secreto. Ya eso me puso mal, de entrada. - Saca una caja de cigarrillos del delantal y le pide fuego al tachero que tiene al lado. Chupa la primer pitada con todo, mirando al infinito. Buscando una paz que no va a encontrar en el cigarrillo.
- ¿Y qué hiciste?
- Esperá, esperá que no termina ahí. Lo mismo de siempre: limpian con CIF y después te llaman. Pero este CIF que consigió la mina era una sucursal del volcán Epuyen - el tachero esboza una sonrisa -, lo compró en balde la turra. Tenía los muebles de cocina revestidos color madera pero de tanto CIF que le metió estaban blancos. ¿Viste alguna vez un invento más patético para llamarme? Decí que al toque me llamó otra mina que tenía empastado los bujes porque si me quedaba ahí cinco minutos más las cagaba a piñas a las dos.
- ¿Y escuchame, no podés hacer nada? En la empresa digo...
- Y no viejo, el turro de Jonhson me la tiene jurada, me tiene medio agarrado de las bolas. Por ahora me la tengo que comer doblada. Pero en cuanto junte unos mangos y me pueda comprar un departamentito en Villa Crespo no me ven más la cara, me pongo de sereno en un edificio, algo más tranqui.
El mozo le dejó el café en la mesa y se lo cobró en el momento, como siempre hacía. El heroe lo tomó de un sorbo y apoyó la taza con fuerza, con la resignación del que la vive luchando.
- Bueno, paciencia Mister.
- Sí, ya sé... Disculpame que dé tanta lata. ¿Cómo anda tu señora? ¿Todo bien?
- Sí sí, todo bien, todo tranquilo.
Un recuadro se abrió de la nada, como un llamado desde un universo paralelo. "¡Ayuda Mister Músculo!".
- La concha de su madre - dijo el musculoso, mientras ya se calzaba el delantal a la carrera.
- Mandale un saludo a la patrona, cuidate ¿Dale? ¿El tacho labura?
- Dale dale, vos también. Un abrazo grande... Y sí, algo tira, como siempre.
- Chau, nos vemos querido.
- Nos vemos. Un día de estos me paso.


miércoles, 25 de julio de 2012

Avestruz


Si tan solo pudiese hablar, expresarme.
Corro desesperada bajando las escaleras con la torpeza con que podría hacerlo cualquier avestruz. El hecho de ser humana -de haber sido humana- no parece ayudarme, no me da una habilidad extra. Este cuerpo bestial es muy difícil de manejar. ¡No pensé nunca que un avestruz era tan grande!
Llamaron a la policía los turros de mis compañeros. Me están buscando para matarme, con animales no dialogan. Bajo con desesperación estas escaleras de emergencia, entre luces de tubo que titilan. Es un horror esto. Subo la mirada, están solo unos pisos más arriba. Me están pisando los talones.
Alcanzo la calle, es de noche. Hace mucho frío, pero estas plumas me dan la sensación de llevar un pullover. Mi aliento agitado genera nubes de vapor y siento la boca y la nariz muy húmedas.
Me largo a correr por la calle desierta. Logro una velocidad fantástica, ningún humano podría alcanzarme corriendo, siento que quizás esté a salvo. Tengo un tiempo para pensar.
¡Qué horribles son las transformaciones! Las gruesas plumas saliendo desde los poros me hacen gritar del dolor. La visión es diferente, marea. El creaneo se deforma. La ropa se rasga, se desprende. La panza se hincha.
Antes de volver a la forma humana siempre me desmayé. Y siempre aparecí desnuda donde mi travesía como avestruz hubiese terminado. Sé -deduje- que la metamorfosis sucede cuando me agarra hambre, por eso procuré mantenerme lo suficientemente llena como para no sentirlo. Aumenté mucho de peso desde que esto comenzó. La gente debe pensar cualquier cosa, menos que me transformo en avestruz.
No lo comenté con nadie, no tengo nadie a quién contarle algo como esto. Soy una gris oficinista atacada por el hambre, por las ganas de picar. De casa al trabajo y del trabajo a casa: esa es mi jaula. Vivo sola y casi ni salgo.

Suenan las sirenas del orden. Corriendo tengo esperanzas de huir, pero si me persiguen con autos no tengo escapatoria. Corro por hacer algo, porque me siento acorralada. Solo quisiera poder hablar: explicarles que quizás si me dan de comer esto se termine.
Intento hacerlo: me salen unos alaridos muy agresivos, el humor de los policías empeora, me tienen encerrada. No me entienden, trato de acercarme a alguno, explicarme de alguna manera. Solo salen los alaridos.
"Guarda que tiene rabia seguro", se dicen entre ellos. "¡No! ¡Solo tengo hambre!" desespero por decirles, pero no hay manera.  
Tengo el miedo de una bestia acorralada, logro empujar a uno y salgo al trote sobre él. Lo piso, pero es sin querer.
Corro, con todas mis fuerzas, con desesperación, hasta que escucho un disparo y al mismo tiempo siento una tajada. Fue instantaneo. Fue más que instantaneo, podría asegurar que primero sentí la tajada y después escuché el disparo. Mis gritos de dolor son alaridos espeluznantes que lanzo desde el piso. Trato de mover las patas para incorporarme, pero solo es un intento patético. Me retuerzo de dolor.
Y la vista se me nubla, mi respiración se dificulta, quizás sea lo mejor acabar con esta locura.






martes, 24 de julio de 2012

Bífidus



Al escuchar por el intercomunicador que el nene no paraba de reirse no pude evitar la tentación de probarlo. Es raro, no puedo asegurar qué es lo que me llevó a hacerlo, porque siempre que escucho sobre adicciones, suelen ser de personas con problemas emocionales jodidos. Yo ni ahí. Hasta el momento en que la probé podría decir que llevaba una vida más o menos feliz, me conformaba. Después de probarla parece haber mejorado todo incluso.

Estaba en la cocina mirando la tele, el nene recién había cenado y mi señora se había ido, creo que se juntaba con amigas. Después de darle de comer, dejé al nene acostado en su camita y no paraba de reírse. No se dormía, pero como tampoco lloraba, sino que se reía. Entonces lo dejé ahí. No era para preocuparse, no parecía. Pero el tiempo pasaba y el nene no paraba de reise. Las líneas del intercomunicador se prendían por las risas del nene. Tampoco se estaba ahogando en carcajadas, sino que hacía pequeñas risitas desde su cama, extrañamente un poco asincronas con sus gestos. Al acercarme se paró agarrándose de los barrotes y me miró con alegre curiosidad.

Le hablé y le hice morisquetas, que le resultaron más risueñas de lo normal, pero tampoco una cosa preocupante.

Volví a la cocina, que usamos como comedor diario; al zapping. La verdad que compramos unas sillas de madera que son muy pero muy incómodas. Mientras pasaba los canales no lograba encontrar una posición placentera. En la tele tampoco había nada para ver. Un embole total, estaba nadando en un tedio absoluto.
Mi mente volaba por cualquier lado, no estaba a gusto. Una risa del nene volvió a distraerme, cuando de pronto mi vista se fijó en la lata de leche en polvo. No podía dejar de mirarla, me invadió una sensación rara, un presentimiento de estar ante un momento trascendental, un inexplicable pudor... Y me preparé un vaso de leche.

¿Cómo describir el extraño efecto que esa leche provoca? ¿Podría decirse que me deja un poco drogado?
Me lo pregunto todo el tiempo. Me deja con un estado de boludez conciente, me pone una sonrisa en la cara que no puedo borrar, por más que me concentre. Un efecto extraño que me provoca, es que me obliga a exteriorizar todo lo que estoy haciendo. Ejemplo: mi señora pone fideos en la olla y no puedo evitar mirarla con una sonrisa tarada y decirle "pusiste los fideos en la olla", estoy abriendo una puerta y digo "y ahora abro esta puerta", y así por el estilo.
Tuve mucho miedo, porque no pude dejarla, se volvió muy adictiva. Leí lo que decía la lata, pero no hablaba de adicciones. Habla del Bífidus, que no sé qué es exactamente, pero suena como un bicho de temer. En internet no dicen nada sobre el maldito Bífidus, pero es un nombre que tengo todo el tiempo en la cabeza.
Quizás debiera ir a un doctor.
Cuando pasa el efecto me siento culpable por un momento, pero al rato ya me estoy preparando otra leche a escondidas de mi señora.

Pensándolo bien, mi señora empezó a consumirlo. Seguro que sí.
Aunque no me lo confirma yo estoy seguro de que es así. Lo pienso y no hay otra chance. Y la verdad es que no puedo quejarme, ya que no tiene ningún efecto adverso al parecer este polvo mágico.
Los tres: ella, el nene y yo, no podríamos ser más felices: estamos todo el día riendo. Desde afuera se vería muy loco, ya que todo el tiempo estamos narrando lo que hacemos con una sonrisa estúpida en la cara. Pero se los digo desde adentro: estamos mejor que nunca.
Mejor me despreocupo, no pienso en Bífidus. Mientras escribo esto noto que las sillas de la cocina me resultan más cómodas.



lunes, 23 de julio de 2012

Obse


Hacía algunas horas la había dejado la familia en la clínica. Ya lo habían hablado con ella, pero a último momento empezó a resistirse, a decir que ella estaba bien. Sin embargo, los familiares volvieron a reunirse y decidieron que así no se podía seguir, que por más que les doliese tenían que aceptar que era necesaria ayuda profesional.
Entró bastante alterada, le tuvieron que inyectar calmantes de prepo, se retorcía cada vez menos mientras la droga hacía efecto, una situación penosa. El esposo y los padres la veían dormir, toda dopada y ya con el delantalcito y se les hacía un nudo en la garganta. La madre dejó caer unas lágrimas, se tapaba la boca y la nariz con las dos manos, mientras pensaba en que iba a tener que hacerse cargo de sus nietos.

A las tres o cuatro horas despertó, abombada, mareada, desorientada.

Le avisaron al doctor, que tardó unos minutos en llegar, en entrar en la habitación...
- Yo sé porqué estoy acá.
- ¿Ah sí?
- Sí, estoy acá porque todos creen que estoy loca, pero no...
- Cuénteme: ¿qué hace que los demás crean que está loca?
Ella pensó que el doctor estaba siendo demasiado agresivo, se sintió intimidada.
- Mire doctor, yo estoy seguro que le habrán contado cosas que parecen increíbles. Pero son verdad, tiene que creerme, tengo mucho miedo.

El pedido de ayuda enterneció al doctor. La habitación era blanca, aunque le hacía falta un poco de mantenimiento, ya que algunas paredes tenían signos de no haber sido pintadas por largos años. Ella estaba en la cama acostada, atada de un pie. Tenía ganas de empezar a llorar pero no le salía, no tenía fuerzas, no llegaba a entender del todo la realidad que la rodeaba.
El doctor se fue acercando muy despacio, y puso cara de bueno. En los doctores la cara de bueno nunca es una cara de bueno inocente, sino más bien una cara de bueno paternal, protectora. El tipo era un flaco pelado de casi sesenta años, con orejas puntiagudas y bastantes arrugas, quizás sobresaltadas por su delantal blanco intachable.

- No tenga miedo, comience desde el principio. ¿Qué es lo que le está pasando?
- Empezó hace no mucho tiempo, no sé qué le habrán dicho, pero yo soy una simple ama de casa... Una mujer común y corriente que lo único que quiere es tener una existencia tranquila. Poder dejar las cosas limpias, aunque haga falta un poco de esfuerzo para lograrlo. Entonces, un día cualquiera, un día común y corriente, mientras estaba limpiando la cocina apareció Ella, para marcarme mis errores. - A medida que iba hablando la mujer agitaba cada vez más rápidamente las manos. Encogía los hombros repetidamente, queriendo expresar que ella no tenía la culpa de lo que pasaba.
- Momento, momento... Shhh, calma, no pasa nada... ¿Quién es ella exactamente?
- Ella, en realidad soy yo, o es alguien que se parece mucho a mí. Pero es como una sombra doctor, como una aparición, un fantasma. Es un poco transparente, y está en blanco y negro, allí, marcándome siempre lo que no limpio bien. - La mujer ya no pudo contener las lágrimas, los quejidos. Lloraba desahogándose, preguntándose por qué, por qué.
- Cálmese, tranquila, aquí está a salvo. Cuénteme cómo reaccionó usted cuando la vió por primera vez, qué fue lo que sintió.
- Casi me da un ataque doctor. Un susto terrible, un susto de muerte. En realidad pensé que estaba soñando, y tuve uno de esos sustos repentinos que te despiertan al verla. Como cuando soñás que te caes y un sacudón te saca del sueño. Pero al no despertar, tuve la clásica angustia que se siente al no poder salir de una pesadilla.
- Y la aparición esta, ¿cómo reaccionaba?
- Le puse un nombre, sabe... Obse.
- ¿Obse?
- Sí, porque es una obsesiva de mierda con la limpieza. No la soporto doctor, que se vaya... me está cagando la vida. Yo en un momento empecé a gastarla, a cargarla, empecé a sonreírle y hablarle con la voz impostada, contándole qué producto usaba, pidiéndole que la corte, que se vaya. "Desaparecé Obse", decía. "Desaparecé Obse". Pero no desapareció, me persigue, quiero que esto se termine. No se iba doctor, no se iba.
A esa altura la mujer estaba abrazada al doctor, llorando desconsoladamente.
- Tranquila, vuelvo en un minuto - le dijo.
- No doctor, quedesé, por favor - le respondió llorando. - ¡Quedesé!
- Ya vengo, tranquila, por favor.
- ¡No! ¡No!

A la salida el doctor encaró al enfermero:
- Hay que decirle a la familia que se va a tener que quedar un tiempo. Que en principio es un brote psicótico.
De fondo seguía escuchándose "Desaparecé Obseeee, desaparecé Obseeeee"...





domingo, 22 de julio de 2012

Exquisita


Nos subimos al barco. El proyecto era realmente surrealista: un sueño sin sentido. Seríamos alrededor de cincuenta uruguayos que superpoblábamos el barco aquel. En condiciones normales ese barco de pisos de madera y casco celeste apagado no debería transportar más de veinte personas. Pero el viaje era corto, y en el Río de la Plata alguna embarcación siempre estará dispuesto a salvarte. Igual, se la bancó bien.
Los cincuenta aparte laburando a full: una bolsa de harina del tamaño de una de cemento. Eso es algo que me enteré durante el viaje: las grandes bolsas de harina, por ejemplo las que compran las panaderías, vienen en el mismo tamaño y envoltorio de papel madera grueso, pero que no llega a ser cartón, que las bolsas de cemento. Es una de esas cosas en las que uno jamás pensaría. Primero pensé que era algo sucio, aunque me di cuenta que no rápidamente.
De harina leudante era la bolsa. No sé qué es la harina leudante.
Un ejército de gente rompiendo huevos, que fue lo primero que metieron el los bowls enormes, antes que la leche. Y después dale que te dale con la harina y con la leche: un tanque de leche bamboleante por la marcha del barquito, que vaciamos poco a poco con jarritos de aluminio. Mientras mucha gente, mucha más gente que lo que el profesionalismo hubiese permitido, revolvía la preparación, separada en diferentes bowls.
En este mundo extraño nadie nos dirigía. Todos sabíamos qué hacer, sin haberlo hecho antes.

Nos invadía una especie de alegría que no puedo describir de otra manera que no sea alegría estúpida. Cuando empecé a plantearme que toda alegría era en el fondo una alegría estúpida me pedí por favor a mi mismo: dejate llevar, sé alegre, sé estúpido.
Poco a poco fuimos terminando de agregar todo en las preparaciones, terminando de batir hasta lograr una pasta homogénea, donde el negro de la esencia de vainilla estuviese tan mezclado que no dejase rastros visuales. Su aroma seguía ahí.
Con esos tres o cuatro bowls de pasta homogénea llenamos una placa de metal gigante, enmantecada de manera grosera por un gordo que se veía higiénico y no muy peludo, pero que se metió adentro de la placa en patas y que agarraba los panes de manteca a mano limpia. Disfrutaba el gordo enchastrándose todo de manteca, a mí me cerró un poco el apetito.
Volcamos todo el líquido espeso y lo metimos en el horno, que a esa altura del viaje ya había agarrado mucha pero mucha temperatura, todos estábamos un poco acalorados.

Con ese calor y esa alegría, con el gordo enmantecado, con el mareo que el barco nos provocaba y el olor penetrante de la vainilla y la harina leudante horneándose fue un milagro que no hubiese una orgía, ya que la euforia era general: podía verse en las caras esa sonrisa desbocada con la cual la gente se anima a cosas que en un estado normal no hace. Me contaron que en el barco que trajo los tubos que disparan confites gigantes se fue todo literalmente al carajo en ese sentido.

La costa se aproximaba, era importante no abrir el horno antes de tiempo nos habían dicho (o lo sabíamos sin que nos lo dijeran, no podría asegurarlo), así que cuando tocamos la costa la porción gigante todavía humeaba, y los que la levantaban tuvieron que ponerse guantes, que de milagro teníamos.
¡Qué contentos estábamos!
Algunos barcos estaban retrasados, pero nos mandamos al agua y bajamos todos, con la porción en lo alto para no mojarla en el río.
En la costa nos estaban esperando los porteños, y arrancó la música.

Uh ah ah,
ah uh ah ah.
Bizcochuelo,
mate bizcochuelo.

Cuando vi el mate gigante casi me muero.