martes, 21 de agosto de 2012

Me quiero pegar a mí


Se descubrió de pronto totalmente vacía.
Estaba en el living de su casa, consumiendo una de las muchas horas de televisión que solía mirar por día. Mirándola sin mirar, sin importar cuál imagen se proyectase en ese momento, viviendo en piloto automático, pensó, sin que nada evidente hubiese provocado aquel pensamiento.
- ¿Qué carajo estoy haciendo? - Dijo, porque se dio cuenta que lo que estaba haciendo todo el tiempo era vivir una vida, su vida. Y se amargó mucho de estar en la situación en la que estaba.
Sobre la parte inferior de la mesita ratona se apilaban kilos y kilos y kilos de autoayuda. Pensó en la palabra autoayuda, pensó en cuál era la necesidad de libros escritos por terceros categorizados como autoayuda. Pensó que deberían llamarse libros de ayuda, e incluso así seguirían siendo una terrible estafa.
Pensó que la palabra kilos estaba muy bien, que eran una mercancía.
Todos, básicamente, decían lo mismo: no hagás ningún plan, concentrate en ser feliz ahora, en hacer lo que te haga feliz ahora, y entonces habrás conseguido el primer paso para ser realmente feliz. ¡Pero qué mentira! ¡Pero qué mierda!
En ese momento, en la soledad de ese living oscuro, con los destellos de la televisión impactando contra su cara dibujada con un rictus amargo, toda esa mierda de la autoayuda le revolvió el estómago.
Todos esos pensamientos la hicieron remontarse a su adolescencia, un par de décadas atrás, a todos esos caprichos adolescentes que la distanciaron de su familia, que la hicieron casarse con ese forro del que después se había divorciado a los tres años, no sin antes quedar embarazada.
¿A dónde había llegado viviendo el momento, haciendo las cosas que la hacían feliz de inmediato? Había llegado al fondo de un pozo, exactamente al fondo de un pozo.
No podía decir que no hubiesen pasado algunas lindas cosas, pero había llegado al fondo de un pozo.
Empezó a caminar de un lado para el otro, recorriendo todos los rincones del cuarto, mirando todas las fotos que fue juntando: en las paredes, sobre los muebles. Fotos de ella con algunas amigas, incluso con algunas con las que se había distanciado, y fotos con el nene. Sobre todo fotos con el nene en sus cumpleaños. Le hubiese gustado cruzarse sobre aquellos muebles con alguna foto familiar, pero no había dejado ninguna, no había nadie con quien no se hubiera peleado.
- ¿Acaso hacer siempre lo que uno quiere aleja a las personas? - se preguntó.
- Pero claro, eso se llama egoísmo - se contestó, en la oscuridad de la tarde.
Pensó que si fuese hombre pensaría que ese era un buen momento para un trago, pero que ella no tomaba. Le hubiera gustado tomarse un trago, le hubiese gustado que un sorbo de bebida blanca la reconfortase de alguna manera, pero eso no iba a suceder. Esa breve distracción que la había despejado por un segundo, que parecía haberle quitado su amargura, hizo que esta volviera con más fuerza. Su garganta se hizo un nudo amargo y sus ojos se humedecieron.
Caminó hasta la cama y deseó dormirse. El silencio de la tarde era absoluto. No iba a poder dormir de ninguna manera. Sintió ganas de gritar, y gritó, gritó con todas sus fuerzas. Gritó hasta que no tuvo voz, hasta que los gritos se volvieron un llanto atragantado de flema.
Cuando no pudo gritar más simplemente calló.
Volvió, de la nada, como un chispazo aleatorio, a tener una revelación: tanta autoayuda diciendo qué es lo hay que hacer, que lo mejor es hacer lo que te hace feliz ya mismo, sin pensar en el después.
Nunca leyó, en ninguno de esos libros basura, qué hacer cuando estás en el fondo del pozo y no hay forma de trepar por las paredes. Qué hacer cuando en el presente no hay nada que vaya a hacerte feliz.
¡Qué gran cagada!, pensó.
Y de la nada, se le dibujó una sonrisa.




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